La portada de Álula Magazine No. 2 surge de la serie de retratos que realizamos de la fotógrafa zapoteca, Luvia Lazo, para acompañar la entrevista que Marina Azahua le hizo para esta edición. Fue una colaboración donde la visión de Luvia —con sus hermosos vestidos, su peinado tradicional y sus collares de flores— dio lugar a una bella y auténtica sesión que daría vida a nuestra segunda portada.
Era la primera vez que nos conocíamos, y sin embargo, Luvia me invitaba a su vida como si ya fuéramos grandes amigas. Quizá era por lo espontáneo de nuestro encuentro o por tener gustos en común, o tal vez porque ese día se trataba de hacer fotografías juntas.
Nos reunimos en el estudio Proyecto 110 en el centro de Oaxaca, donde esa mañana la arreglaron con unas trenzas teotitlecas en colores turquesa y rosa, junto con un maquillaje natural. Cuando estuvo lista, pasamos a la cafetería-panadería Boulenc por un chai y un panecito, y luego nos dirigimos a su pueblo natal: Teotitlán Del Valle.
Antes de nuestro encuentro, Luvia y yo habíamos platicado sobre la sesión de fotos. Hicimos una lluvia de ideas sobre posibles lugares, para finalmente elegir el centro de Teotitlán del Valle como nuestro set. Ella me comentó lo mucho que disfruta la naturaleza y que quería incorporarla en las fotos. Fue ella misma quien sugirió la idea de los collares de flores.
El trayecto entre el centro de Oaxaca y Teotitlán nos permitió conversar y conocernos un poco más. Aprendí sobre su vida, su trabajo y su perspectiva no solo como fotógrafa, sino como mujer oaxaqueña, zapoteca y creativa. Luvia tiene una personalidad floreada, bonita, suave; ella es cálida e interesante.
Al llegar a Teotitlán, pasamos a su casa por cambios de ropa, accesorios y los collares que me había dicho que quería lucir en las fotos. Ahí la esperaban ya listas unas hermosas guirnaldas de flor de mayo, tupidas, frescas y, para su sorpresa, hechas a mano por su papá.
En su habitación, seleccionamos diferentes conjuntos: un huipil blanco tradicional de Oaxaca, un vestido amarillo que le regaló alguien cercano, otro vestido de manta gris de Minimalia y un rebozo oscuro con un vestido azul cielo de Carla Fernández, junto con unas sandalias abiertas. La joyería para complementar cada atuendo era exquisita, aretes de plata y filigrana de oro, y también sus brazaletes favoritos. Para mí era muy importante retratar a Luvia tal como ella quería ser retratada. Más allá de lo que yo, como editora, pudiera sugerir, me interesaba su esencia, su creatividad y su propia expresión personal. Una vez seleccionados todos los cambios de ropa, nos dirigimos al centro de Teotitlán.
Comenzamos en la Iglesia Preciosa Sangre de Cristo, luego estuvimos en la plaza frente al Edificio Municipal, en el Centro Cultural Comunitario y finalmente en el mercado de 20 de Noviembre y Constitución; cada rincón era un escenario potencial y la sesión de fotos se convirtió en un divertido día de creación conjunta.
Hubo una sinergia instantánea. Nos reíamos y disfrutábamos del proceso. Como ella me dijo: “normalmente soy yo la que está detrás del lente, ahora estar frente a él es diferente.” Sin embargo, como si modelar fuera su profesión, lo hacía de manera natural y con un porte divino.
Fue precisamente una de las primeras fotos que tomamos en uno de los patios de la iglesia, con el huipil blanco, la mirada en el horizonte y los collares de flores, lo que me hizo pensar inmediatamente: ésta podría ser una gran portada. Aunque debo confesar que me gustaron muchas fotos de esta serie, y fue muy difícil elegir cuáles publicar.
Esta segunda edición me emociona particularmente porque nos ha brindado la oportunidad de compartir las historias de personas increíbles, quienes con su labor dan vida a los lugares que habitan y nos permiten experimentar a través de sus ojos. Es como viajar a través de su creatividad. Entre todas estas historias, y probablemente una de las que más me ha encantado, está la de Luvia.
De aquel día, me quedo con un bello recuerdo y una amistad que surgió del proceso creativo de hacer esas fotos para Álula y de lo feliz que fui en aquel viaje a Oaxaca. Detrás de esa imagen, hay una historia de encuentros espontáneos, flores de celebración y risas de complicidad.