Perderse en Italia
Cuando decides irte a otro país —no sólo para conocer sus principales atracciones turísticas, sino para permanecer por un tiempo y ser parte de la cotidianidad de una cultura distinta— todos quieren darte consejos. Te dicen qué hacer y qué no. Todos te aconsejan a dónde ir, con quién hablar, o qué ropa llevar. Te sugieren qué probar y qué no probar. Te insisten en que debes cuidarte, te suplican dormir abrazando tu pasaporte y nunca descuidar tu maleta. Si bien todos esos consejos son prácticos y sin duda valiosos, sólo te preparan para sobrevivir a la experiencia. Ninguna de esas recomendaciones te explica realmente cómo vivirla; vivirla y sentirla de verdad.
Yo no quise simplemente vivir en Italia, quise vivir Italia. Tuve la oportunidad de hacerlo residiendo en Milán y de pronto todos los consejos no fueron suficientes, te cuento lo que aprendí.
Consejos para vivir en el extranjero
Aprendes que la comida caliente está sobrevalorada cuando te comes un panino frío en el tren hacia un nuevo destino y que una simple gripe puede convertirse en el peor tormento de tu vida cuando no hay nadie que te diga que te lleves un suéter por si hace frío. Descubres que perderte puede ser, más que una pesadilla, una bendición al descubrir rincones ocultos y espacios secretos en una misma ciudad. La adrenalina de correr para no perder un autobús, un tren o un vuelo hace que una montaña rusa parezca jugar a las canicas.
Viviendo en el extranjero, aprendes a enamorarte de algo nuevo cada día y el valor de los detalles. Te das cuenta de que cada atardecer es diferente, y cada nube cuenta una historia diversa. Después de un tiempo es evidente cómo ese edificio de travertino, imperceptible al principio, sí es distinto del que está al lado. Te percatas que la fotografía número 135 que hiciste del Duomo sí difiere de la 134, pero que la 171 es la mejor de las 249. Y al final, si estando de paseo en Pisa pierdes o te roban la cámara, te das cuenta que las fotos que tomaste no se comparan con lo que sentiste cuando estabas allí, y un dibujo se vuelve más interesante que la foto.
A veces, no importa si duermes dos horas con tal de conocer un lugar nuevo. Te vuelves tolerante, curioso y amable con otras culturas cuando tu mejor amigo habla un idioma distinto al tuyo. También comprendes que estudiar un idioma es inútil cuando al llegar a otro país lo único que dominas es decir tu propio nombre. Aunque da miedo, aprendes que la soledad es necesaria porque probablemente llevas mucho tiempo escuchando voces ajenas, olvidando por completo la tuya.
Te caes, te levantas, lloras, ríes, gritas, cantas. Vives. Al final, descubres que no hay placer más grande que la vida misma y que vivir es tu aventura favorita. Lo malo es que nadie te enseña a despedirte de la adrenalina de los nuevos comienzos. A apreciar, por última vez, el sonido que hacen tus compañeros de piso, el vaivén del metro o el olor a café y pan por las mañanas. Nadie te prepara para decir adiós a esas amistades que traspasan naciones.
Nadie me advirtió que sería tan difícil despedirme. Así que si estás a punto de irte a conocer nuevos mundos, mi mejor consejo es que te atrevas a tomar ese tren y que no tengas miedo de perderte. Házlo, lejos o cerca, pero piérdete. Y sobre todo vive tu destino, no solo lo habites.
Hoy que te dejo Milán, sólo puedo agradecerte por cada nuevo rincón y cada experiencia. Por enseñarme cómo se ven tus calles en la lluvia, habituarme a tus aromas matutinos, abrazarme en el frío y regalarme brisas frescas en los días de agosto. Gracias por dejarme vivirte. Arrivederci, Italia.
Una versión de este artículo aparece impreso en el Número 1 de Álula Magazine, con el encabezado “Perderse en Italia”