Al tomar el ferry hacia las islas de Naoshima y Teshima en una mañana brumosa de octubre, era imposible saber que se estaba formando un tifón a unos cien kilómetros de la costa de Japón. Las aguas estaban agitadas, pero el barco se mantuvo firme mientras rompíamos contra las olas, despidiéndonos de los bulevares comerciales y las bulliciosas calles de Tokio, Kioto y Osaka. El Mar Interior de Seto nos recibió de una forma particular, un paisaje japonés intacto transformado por el arte y la arquitectura que armonizan con la naturaleza que lo rodea. Tiene un aspecto muy distinto en cada momento, según cambian las estaciones, según pasa el tiempo y según lo transforma el clima. Han pasado 30 años desde que el arte llegó a Naoshima y Teshima, y con él, llegaron muchos visitantes y turistas, atraídos por su misterio y belleza. Fue con todo esto en mente que tomamos el ferry de una hora desde Uno a través de las inquietas aguas del mar y llegamos como peregrinos a sus orillas.
Primero nos detuvimos en Naoshima y, por un breve instante, salió el sol. Ese mismo sol tan conocido, pero que sale en un día de tormenta. Se dejó ver por un momento e iluminó fugazmente las costas antes de verse rodeado de nubes oscuras y ominosas que lo envolvieron abruptamente. Y así, serpenteamos por la isla, eligiendo visitar el Museo de Arte Chichu, el Museo Lee Ufan, la Galería Hiroshi Sigumoto, el Museo Ando, y mucho más en el transcurso de una estancia de cuatro días.
La visita al Museo de Arte Chichu fue particularmente singular. El espacio, diseñado por el célebre arquitecto japonés Tadao Ando, se integra a la perfección con la belleza natural del Mar Interior de Seto. Se asienta principalmente bajo tierra, preservando el entorno natural. En su interior, los visitantes pueden admirar exposiciones permanentes con obras de artistas como Claude Monet, James Turrell y Walter De Maria. Aunque está situado en un nivel subterráneo, el museo está impregnado de abundante luz natural, lo que da un aspecto diferente a las obras expuestas. A medida que el día avanza y se hace de noche, el ambiente evoluciona y, con él, nuestra experiencia. La Galería Hiroshi Sugimoto es otra de esas maravillas que conectan la cuestión del tiempo con su relación a la isla. Paseamos junto a obras fotográficas, diseños y esculturas que conviven en perfecta armonía con el entorno. El Corredor del Tiempo, de Tadao Ando, fue realmente increíble. La intención es que el visitante pueda en verdad sentir el paso del tiempo mientras la arquitectura convive armoniosamente con el paisaje natural.
A unos 30 minutos en ferry desde Naoshima se encuentra la isla de Teshima, más discreta pero igualmente impresionante. Ésta parece más bien un pueblo agrícola, con sinuosas carreteras que serpentean por su interior pasando junto a cosechas de arroz y ganado que pasta en sus campos. Fue aquí donde descubrí mi lugar favorito del mundo. Esculpido directamente en la montaña y semejante a una gota de agua que acaba de tocar el suelo, el Museo de Arte de Teshima —una increíble obra diseñada por el artista Rei Naito y el arquitecto Ryue Nishizawa— es quizá el espacio más armonioso en el que he estado jamás. Esta estructura de hormigón tiene dos elegantes aberturas ovaladas que permiten el flujo del viento, el sonido y la luz sin la necesidad de columnas. A medida que pasa el tiempo y las estaciones cambian, se crea un sinfín de atmósferas diferentes. Este ingenioso diseño entrelaza el mundo exterior con el espacio interior a la perfección. Mientras tanto, pequeñas gotas de agua de la montaña brotan suavemente del suelo y se deslizan con gracia por el pavimento, formando pequeños charcos por aquí y por allá, y reforzando la idea de que el arte y la arquitectura coexisten en armonía con la naturaleza. Una sencilla cuerda conecta las aberturas ovaladas y se balancea sin esfuerzo por el viento, como un tendedero. Quizá sea el detalle más discreto del espacio, pero también forma parte de la experiencia. Tal vez esta cuerda, que aparentemente no tiene otro propósito que balancearse, pretende marcar la pauta para todos los que la visitan.
Y fue aquí donde terminamos nuestra visita al mar de la isla de Seto, subimos de nuevo a un ferry y nos dirigimos de vuelta a Tokio para tomar nuestro vuelo de regreso a casa. El tifón que agitaba el océano se había vuelto cada vez más grande. Nuestro vuelo fue el último en salir antes de que la tormenta tocara la costa, y me pregunté cómo estaría esa pequeña cuerda que une el Museo de Arte de Teshima. Seguramente se movía con un poco más de vaivén, pero se mantendría igual de armonioso.
Una versión de este artículo aparece impreso en el Número 2 de Álula Magazine, con el encabezado: “Cuaderno de viajes de Japón. Explorando las islas del arte de Naoshima y Teshima” Este post puede contener enlaces afiliados.