El Impenetrable Bosque de Bwindi
Por donde caminan los gorilas de montaña
Adelante de mi, un mono de L’Hoest, caracterizado por sus barbas blancas como la nieve que enmarcan un rostro negro y unos ojos anaranjados de mirada profunda, cruza el sendero repleto de hojas, mirando primero a la derecha y luego a la izquierda, como un alumnito bien entrenado, antes de escabullirse para alcanzar al resto de su tropa que busca fruta caída, hongos y las más selectas flores dulces en el suelo del bosque. No es la primera vez que me doy una palmadita en la espalda por haber decidido tomar un atajo y caminar, en lugar de manejar, hasta la pequeña y polvorienta aldea de Buhoma, en el suroeste de Uganda, el punto de partida para las mejores experiencias de búsqueda de gorilas en Uganda (la asombrosa cifra de 459, o el 45% de la población mundial de gorilas de montaña, habita en este bosque, Bwindi).
No fue una decisión tomada a la ligera, ya que la ruta atraviesa el bosque impenetrable de Bwindi, declarado Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO, un escarpado parque nacional de 331 kilómetros cuadrados de empinadas colinas y profundos valles que surgen de la escarpadura del Rift Albertino. Se advierte a los turistas que no vayan solos, armados únicamente con binoculares y una actitud positiva, ya que se encuentran a apenas diez kilómetros de la frontera con la República Democrática del Congo, con sus continuos conflictos políticos. Aunque es muy poco probable que te metas en problemas, las autoridades turísticas ugandesas no se quieren arriesgar, por lo que aconsejan que te acompañe un guardia armado (con fusil y todo). Algo que también resulta útil para ahuyentar a cualquier elefante macho que se cruce por el camino.
Mi imaginación voraz pronto se ve frenada por un guardia del parque nacional, que tiene preocupaciones mucho menores que guerrilleros y paquidermos agresivos. “¿Traen puesto repelente de insectos?”, nos pregunta al bajarnos del jeep, aliviado por haber terminado nuestro viaje por caminos sin pavimentar, que nos ha zarandeado como chícharos en lata. Yo sí, pero para asegurarme, empiezo a buscar en mi mochila más repelente. “Es mejor que no lo hagas”, me aconseja rápidamente. “A las avispas les encanta”. Como si hubiera querido demostrarlo, oigo un alarido de Freddie, mi hijo de diecisiete años, que ha sido picado en el cuello.
La pequeña y polvorienta aldea de Buhoma, en el suroeste de Uganda, es el punto de partida para las mejores experiencias de búsqueda de gorilas en Uganda
La instrucción es seguir adelante, y así lo hacemos, detrás de un escuadrón de musculosos cargadores contratados para transportar nuestro equipaje (algo que no sólo es práctico, sino que además se recomienda a los turistas contratar los servicios de los cargadores, ya que proporciona ingresos estables a las comunidades rurales). Es emocionante salir del límite del bosque, bordeado por frondosas plantaciones de té verde que parecen esbozadas con tinta fluorescente, y sólo es cuestión de veinte minutos antes de que nos veamos envueltos por la espesa vegetación.
Nuestra ruta por un antiguo camino maderero atraviesa un campo de helechos gigantes y me parece un buen calentamiento para la peregrinación que emprenderemos mañana para encontrarnos con los gorilas de montaña. Sin embargo, por ahora, son otros primates los que nos llaman la atención. Los monos de cola roja se balancean en lo alto de los árboles de caoba parda africana, y la evidente curiosidad de los monos colobos blancos y negros, que se asoman tímidamente entre las hojas para observar nuestro avance, nos recuerda que formamos un grupo de viajeros poco usual. Las mariposas cola de golondrina de franjas crema y las ninfálidas azules iridiscentes (sólo dos de las más de doscientas especies que se encuentran aquí) revolotean sobre los pequeños arroyos murmurantes que se abastecen de cascadas ocultas, que cruzamos saltando de una piedra cubierta de musgo a otra.
De entre mis viajes por Uganda, Buhoma es mi destino favorito. El esfuerzo adicional que supone llegar hasta allí, le da a la pequeña ciudad un agradable aire de orilla fronteriza, y desde el encantador Bwindi Lodge de Volcanoes Safaris, las vistas dan únicamente al bosque, desde donde el zumbido y chasquido de los insectos y el piar de las muchas aves nunca cesan. Además, mi habitación viene con una mascota gratis: un camaleón, al cual descubro a media transformación de rojo púrpura a marrón moteado. Pasamos la primera noche en la calle principal de Buhoma, bebiendo cerveza Tusker en la terraza del bar Bwindi del albergue, donde enseñan hostelería a chicos desfavorecidos de la zona. Además de un animado debate entre tres mujeres sobre el valor de un pollo gordo y un partido de fútbol improvisado, la escena es agradablemente tranquila.
Al día siguiente, nos levantamos para ver cómo la noche pasa de negro a violeta y los suimangas revolotean. Para cuando llegamos a la pequeña y pintoresca aldea de Ruhija, rodeada de plantaciones de té en empinadas terrazas, la atmósfera es de un tono albaricoque lechoso. No somos los únicos madrugadores. Una fila de cargadores con botas de caucho espera, con la esperanza de conseguir trabajo para el día. Hoy sólo llevamos pequeñas mochilas con ropa de lluvia, agua y almuerzos para llevar, pero no les defraudamos. Este es sin duda el lugar más pintoresco desde el cual iniciar el rastreo de gorilas de montaña, y descendemos a través de plantaciones de té envueltas en niebla hasta el fondo del valle y el límite del parque nacional. A partir de aquí, el único modo de subir es por los estrechísimos caminos de tierra que atraviesan el bosque primigenio.
Cuando las rodillas me crujen, me doy cuenta enseguida de que los porteadores no sólo están ahí para cargar el almuerzo, sino también para levantarte o empujarte en caso de que te tambalees. A veces el sendero es apenas visible y, delante de nosotros, el guardia va quitando ortigas, enredaderas y zarzas con un gran machete. Cuando recibimos una llamada de un rastreador en lo más profundo del bosque, todos nos quedamos inmóviles y miramos a Wilbur, el guardabosques. “Ya no estamos lejos de los gorilas”, dice. “Dejen sus pertenencias con los cargadores y beban agua suficiente para aguantar una hora antes de seguir”.
A través de densas y espinosas zarzas, los machetes del rastreador van y vienen hasta que llegamos a un claro donde tres hembras se alimentan de tallos y hojas. La matriarca de la familia de diez gorilas de Orozugo se levanta y se dirige hacia mí, y yo no estoy preparada para la intensidad de su mirada, de madre a madre, ni para lo mucho que siento nuestra conexión (¿y por qué no, si compartimos el 98% del mismo ADN?).
Entonces, como hacen las madres, ambas nos distraemos con la llegada de su hijo de un año, que, tras intentar golpearse torpemente el pecho, se sube a su espalda para mirarnos a todos por encima de su cabeza. “Está luciéndose”, nos dice Wilbur. “Está diciendo: ¡Mírenme! Miren lo fuerte que soy”. Estamos tan hipnotizados por las acrobacias de la cría que no nos damos cuenta de que Bakwate, el espalda plateada, se ha levantado y llega hasta nosotros con un galope de infarto, la brillante armadura plateada de su espalda erizada y cada centímetro de su musculoso cuerpo de 198 kg resoplando. Nos apresuramos a decir “mm mer” (que en gorila significa: “no somos una amenaza”) y nos agachamos hasta que pierde el interés y se acuesta a dormir. La tensión es eléctrica.
Bakwate, el gorila espalda plateada, llega con un galope de infarto, la brillante espalda plateada erizada y cada centímetro de su musculoso cuerpo de 198 kg resoplando
Envueltos por árboles que gotean heno, pasamos una hora privilegiada con nuestros primos primates, observando sus juegos, su interacción social y sus hábitos alimenticios, tan parecidos a los nuestros, y cuando un crío demasiado entusiasmado viene dando tumbos hacia mí durante una pelea de juego, siento el suave y alegre roce del cálido pelo de gorila contra mi pierna.
“¿Qué tal su experiencia?”, nos pregunta Wilbur mientras iniciamos el descenso. Lo único que logro responderle es asentar con la cabeza y una sonrisa. El Bosque Impenetrable de Bwindi y sus gorilas de montaña me han dejado literalmente sin aliento.
Una versión de este artículo aparece impreso en el Número 2 de Álula Magazine, con el encabezado: “El Impenetrable Bosque de Bwindi: Por donde caminan los gorilas de montaña.”