De nuevo Múnich
Las dos versiones de una misma ciudad
En mi primer viaje a Múnich, me descubrí a mí misma saliendo de la estación principal a primera hora de la mañana, completamente desorientada por el viaje nocturno en tren. Con mi mochila de 18 kilos y la batería del teléfono celular al 2%, apenas me fijé en la arquitectura y los detalles bávaros.
Me compré un dirndl barato en un carrito de la calle y deslicé la falda rosa a cuadros por encima de mis jeans —que ya me quedaban holgados por el mes que llevaba sobreviviendo con desayunos gratis de hostal y comida barata de puestos callejeros—. Me preparé para el Oktoberfest y no hice planes para ver la ciudad más allá de las diez cuadras entre mi hostal y las principales carpas de cerveza. Me uní fácilmente a la multitud, hice amigos, creé recuerdos, y luego salí de la ciudad tan caóticamente como entré.
Así, durante la siguiente década, Múnich significó comida callejera grasienta goteando sobre mi dirndl barato y cervecerías joviales con mesas pegajosas. Le acompañaban imágenes de brincotear de noche por las calles empedradas, grandes multitudes y juegos mecánicos de carnaval que quizá no eran del todo seguros.
Cuando empecé a viajar por el mundo, era imprudente e ingenua. Iba de ciudad en ciudad, convencida de que cualquier tropiezo simplemente se convertiría algún día en una anécdota divertida. Me llegué a olvidar del horario y perdí aviones. Me equivoqué al planear mi presupuesto y terminé saltándome comidas. Pero también me abrí sin límites a la energía que podía reunir cuando era necesario. Me quedé despierta toda la noche para subir doce pisos a las seis de la mañana y ver amanecer en Madrid. Hice cola en el Louvre durante cuatro horas porque la entrada era gratuita. Reservé un tren nocturno de último minuto a Berlín después de hacer amigos entre un bar y otro.
Ocho años después, me encontré a mí misma sentada en una cafetería en una esquina opuesta a la intersección donde estaba esa misma estación de tren en Múnich. Acababa de terminar un semestre enseñando inglés en Budapest y me estaba recuperando del caos. Era Navidad y la ciudad alemana se había cubierto de luces para mi llegada.
Tenía un scone con mermelada de arándanos frente a mí y todo el día por delante. La viajera frenética que solía ser se habría comido aquel panecillo sobre la marcha mientras intentaba visitar tantos museos y sitios como fuera posible, independientemente de mi interés por ellos. Pero respiré tranquila, sabiendo que ya no era la viajera que solía ser.
Pasé mi visita más reciente a Múnich sentada en parques y deleitándome con cenas elaboradas cuidadosamente. Hice un recorrido que exploraba la historia de la ciudad y tomé una excursión de un día al hermoso castillo de Neuschwanstein. Seguía dejando que la espontaneidad y la apertura que amaba cuando era más joven dictaran mi tiempo, pero ahora se sentía más armonioso.
Esta segunda visita a Múnich trajo consigo mayor conciencia y una nueva paz. Las noches en vela y los tours a pie gratuitos se han transformado poco a poco en mañanas dedicadas a observar a la gente desde los cafés y tardes para apreciar los parques y la arquitectura.
Engullir comida de los carritos callejeros se ha transformado en darme un gusto con comidas elegidas intencionadamente. Comprar souvenirs en los centros turísticos se ha convertido en buscar en tiendas de segunda mano una pieza memorable con historia y carácter. Esta transición natural se produjo tan fácilmente que nunca he mirado hacia atrás. Después de más de diez años viajando, ahora se siente menos frenético. No me atengo a un listado de pendientes por cubrir ni me obligo a hacer excursiones simplemente porque son populares.
La primera vez que salí de Múnich, llegué a Francia para una estancia de dos semanas en la que intercambié mi dirndl —con alguien que se alojaba en la misma habitación de doce camas del hostal— por un impermeable que me preparara para el cambio de clima. Sólo pensaba en el futuro y apenas pensé en mi estancia en la capital bávara. Tenía toda la vida por delante. ¿Por qué habría de mirar atrás? Esta vez, cuando dejé Múnich para volver a Nueva York en vacaciones, una parte de mí sólo quería mirar atrás y reflexionar sobre lo que esta ciudad solía ser para mí. Pero, sobre todo, estaba contenta de haber descubierto una nueva versión de Múnich junto con una nueva versión de mí misma.
Una versión de este artículo aparece impreso en el Número 1 de Álula Magazine, con el título “De nuevo Múnich. Las dos versiones de una misma ciudad”